viernes, 29 de octubre de 2010

Cuatro parasoles bajo el sol

La sartén ya está caliente y pongo sobre ella los parasoles. Los he aderezado con aceite y sal y chisporretean alegres. Una aroma intensa y penetrante invade la cocina y hace que la boca se me haga agua. Me ayudo de una espátula y los coloco en un plato sobre un lecho de jamón. Me sirvo también una copa de vino  y salgo a comerlos a la calle. Es la una y media y es agradable sentarse bajo el sol a escuchar las voces que llegan huecas desde la carretera. Cerca pasan algunos vecinos del pueblo y les convido a mi festín particular pero declinan la invitación educadamente. En seguida comeremos,  dicen sin detenerse en su camino hacia sus casas. Es el primer día de este año en que voy a probar las setas. Esta mañana las encontré en un corrillo por caso mientras caminaba más allá del arroyo. El descubrimiento me produjo una tremenda alegría. Las arranqué lentamente y con mimo  las coloqué en el fondo de mi mochila. Animado me proveí de un palo y afanoso comencé a buscar más.  Pertrechado caminé durante largo rato de acá para allá sobre la hierba mojada. Me agachaba y descorría suavemente cortinas de maleza con la esperanza de encontrar más tesoros; buscaba y rebuscaba sin cesar pero no tuve suerte. Ya no vi ninguna más. Regresé a caso despacio con miedo a que un resbalón, una mala caída, pudiese arruinar mi botín. Abrí la puerta y ya a salvo puse en la pila los parasoles. Los miré como quien contempla una obra maestra. Solamente eran cuatro pero eran hermosos. Me descubrí a mi mismo riendo y afortunado pensé que a veces la vida era sencilla. Eran cuatro parasoles. Los conté: uno, dos, tres y cuatro, ni uno más ni uno menos. No necesitaba nada más en este mediodía soleado. Me bastaba con cuatro parasoles bajo el sol de otoño.

1 comentario:

campanilla dijo...

Qué buenos, me encantaría estar ahí y compartir ese "festín". Cada día que entro en este blog y te encuentro vivo con toda intensidad un ratito en ese pueblo que tanto amo.

Gracias Enebro.