jueves, 16 de diciembre de 2010

Desde el avión

Miraba desde la ventanilla del avión. Desde lo alto los montes parecían de papel, los ríos de plata y las carreteras en el llano de cordón fino. Por allí debe estar mi pueblo, pensé al ver el verde y las montañas redondas y quise estar allí. Quise saltar al vacío sobre un tobogán y que deslizándome mi cuerpo llegase suave hasta un olivar. Levantarme, sacudirme la tierra y saludar a los vecinos. Decir "pasaba por aquí y pensé en detenerme; ¿cómo va todo?", y sin más sentarme en un poyo al sol a ver cómo la mañana se hace tarde y la tarde noche. Y lo hice. Cerré los ojos con fuerza y cuando los abrí estaba allí. Llegué justo cuando el panadero anclaba su furgoneta en la cuesta y sus pitidos atraían a las gentes. Era el de Vegas; intercambié unas palabras con él y le compré un pan, no muy hecho, la verdad. Baje hasta el río. Atrás se oían las voces de algunos obreros que trabajaban en una casa. Sus aguas bajaban limpias y tranquilas, como si no quisiesen alterar la calma que se respiraba. Con la seguridad que da saber que todo sigue igual, retomé mis pasos y volví al pueblo. Bajé por la calle de la iglesia hasta la plazoleta y seguí caminando hasta salir justo a la casa del Lineras. "Hombre, ¿dando una vueltina por aquí?, me preguntaron unos hombres que estaban en un corrillo. "Sí, me he escapado a ver que se cocía", contesté. Proseguí mi marcha por la carretera que serpenteaba la colina y subí hasta el hotel. Desde el mirador de la vieja factoría contemplé la alquería. El humo ascendía lentamente desde algunos tejados y de vez en cuando algún coche pasaba por la carretera. La tierra estaba húmeda y las hojas de los alisos del río amarillas, naranjas y marrones. Cuánto te echaba de menos, grité a los cuatro vientos hasta que una voz me despertó de mi sueño mágico: "Señor, vamos a aterrizar; debe abrocharse el cinturón". Me sobresalté y la azafata no pudo sino mirarme extañada y educadamente pedirme de nuevo que la obedeciese y colocase bien el respaldo de mi asiento. Las nubes ya no me dejaban ver através de la ventana y mi rostro se tornó huraño. "¿Algún problema, señor?". "Ninguno, ninguno..." contesté mientras ajustaba mi butaca. "Si supiese donde estaba hace solo cinco minutos", susurré...