lunes, 24 de mayo de 2010

Tener "Agallas"

He oído muchas veces en mi familia decir que las gentes de los pueblos más próximos a Las Hurdes hablaban años atrás con desdén de la comarca, que a menudo trataban a sus habitantes como a inferiores y que incluso se compadecían de sus miserias, como si ellos fuesen dueños del más rico vergel. Esa situación ha estado siempre presente en la relación de Las Hurdes con las poblaciones de los llanos de Coria o con las de la cercana Sierra de Francia y, en parte, sigue hoy existiendo. Incluso en la deprimida aldea de Rebollosa, a la que sólo el río separa de la comarca, he oído hablar de Las Hurdes como de un país exótico, lejano y miserable por más que sus pocos moradores tengan que ir a Riomalo a tomar café por no tener siquiera un bar.

Es curioso cómo el ser humano se aferra al pasado y a las leyendas más negras para obviar lo evidente y consolarse con el mal ajeno. Pero lo cierto es que el problema de la despoblación es común a todo el oeste español, desde Lugo hasta Badajoz. Y ahí, claro está, se sitúan Las Hurdes y las tierras que se extienden a su alrededor, incluyendo el salmantino pueblo de Agallas, que días atrás ha sido noticia en la prensa por una curiosa pretensión: segregarse de Castilla y León y pasar a formar parte de Extremadura. Ni qué decir tiene que tal aspiración no es más que una quimera y que lo único que pretenden sus habitantes es llamar la atención sobre la situación de abandono que vive su municipio, pero no deja de llamar la atención ver cómo cambian las tornas.

Hace no muchos años el antropólogo Maurizio Catani ponía como ejemplo la relación de dependencia de El Gasco con respecto a Las Vegas de Domingo Rey –núcleo que pertenece a Agallas- como muestra de que el aislamiento en la comarca había sido hasta cierto punto relativo. Era lo mismo –decía el estudioso radicado en Francia- que lo que sucedía con La Alberca y Las Mestas y explicaba que en esta última no era infrecuente que los mayordomos de las fiestas fuesen vecinos de la villa serrana, si bien advertía que la presencia de esos sujetos contribuía también a levantar un muro en las aproximaciones que desde otros ámbitos se hacían a Las Hurdes. Y así recordaba como paradigma la figura del Tío Ignacio, un albercano que había guiado a Maurice Legendre en sus viajes por Las Hurdes y que, con sus prejuicios, había contaminado la experiencia del director de la Casa de Velázquez.

Por eso, echando un vistazo a la Historia, que a veces resulta demasiado pesada y aplasta cualquier nueva iniciativa, sólo puedo aplaudir a aquellos que tienen “agallas” para reconocer que las cosas han cambiado. Ya no vale mirar por encima del hombro sino aceptar que se está en el mismo barco y que aún queda mucho por remar.

lunes, 17 de mayo de 2010

La Creación

En la novela Diario de un cazador Delibes decía que salir al campo temprano una mañana de domingo era como estrenar la Creación. A mi me pasa cada día de primavera y azul cuando el sol empieza a despuntar entre los pinos y poco a poco ilumina los riscos, los collados y el río. Hay entonces un silencio extraño que sólo rompen las aves en el cielo y algunos habitantes del pueblo que, madrugadores, con sus Buenos días perturban un mundo que hasta hacía muy poco no les pertenecía. Es como si por la noche todo se hubiese recompuesto para ellos, como si El Canchón hubiese pintado sus laderas de un verde intenso y hubiese punteado con mimo los brotes nuevos de los árboles para significar su presencia entre las ramas más veteranas o como si el río, allá en la almazara, donde vierten las frías aguas de Batuecas, hubiese sido tallado en cristal al amparo de la oscuridad.

Camino hasta lo alto del pueblo y me asomo a un cortado. Los castaños de la Vega de los Conejos lucen espléndidos a lo lejos mientras, más abajo, las aguas de l'Arroladrones se hacen sentir cuando atraviesan el puentecillo de piedra y chocan contra la piedra. Se ve también la carretera que va para Cabezo, vacía y lisa, el Perrubio y su cortafuegos, y los alisos que pueblan las riberas. Deshago mis pasos y bajo por la carretera hasta el cruce. No sé cuanto tiempo ha transcurrido. Aún no ha pasado el panadero pero ya hay gente esperándole. Están sentados en un banco enfrascados en una amena charla y dirigiendo sus miradas sin darse cuenta para el Cueto. No sé porqué pero yo también miro hacia ese monte, de abajo arriba, desde la umbría hasta lo alto de su lomo abombado. Descubro en él ese verde tan vivo que esta mañana me ha aturdido. Quiero hacer un comentario, hablarles de lo que he visto, pero callo. Miro a mi alrededor, al cielo y a las casas regadas por una luz mágica y pienso que para algunas cosas sobran las palabras. Así que me apoyo en la pared y escucho atento el debate sobre qué panadero hace mejor el pan en este nuevo día de la Creación.