domingo, 18 de abril de 2010

Olivos

Tras la Semana Santa regresó la rutinaria calma que alimenta el silencio. Los que por unos días habían abandonado sus ciudades en busca de recuerdos de niñez dejaron una vez más la alquería y se marcharon con los turistas que en tropel habían pateado las calles, las cañadas y las veredas con el mismo ánimo que si de un safari se tratase. Los viejos olivos, que tanto habían sido fotografiados por los foráneos y cuyas ramas, ya secas, exhibían las puertas de las casas, volvieron a convertirse en el telón de fondo de cada día, abandonados, viendo como la maleza que también invade las casas viejas y los corrales, asfixia sus troncos.

Es como si los puentes, las fiestas o las vacaciones estivales fuesen un espejismo en el que se dibujasen alegrías y jolgorios que se esparcen por todo el pueblo pero que súbitamente se disipan cuando, una vez más, sólo vuelven a quedar unos pocos en sus calles. Es así cada lunes, cada 15 de agosto o cada 2 de enero, cuando el panadero detiene su furgoneta en la cuesta y no reparte ni diez panes o cuando a media tarde el bar vacío cierra su puerta. Entonces sólo los pájaros rompen el silencio y revolotean entre los cipreses y el campanario. Dan vueltas increíbles en el cielo y, ya exhaustos, cuando empieza a caer la noche, se refugian en los olivos que, en silencio, esperan volver a ser fotografiados, como si por una conjunción cósmica los flashes de las cámaras pudiesen evitar su destino de soledad y maleza. Pero no, no es así. Todo sigue pues para los zarzales no hay fiestas de guardar.

1 comentario:

campanilla dijo...

Hola Enebro, como me gusta entrar en este blog y encontrar tus comentarios y a la vez que los leo, trasladarme a ese sitio tan maravilloso al que casi puedo oler tan solo ,tus precisas descripciones, como siempre te digo me haces revivir mi infancia de una manera intensísima, que nunca nadie ha podido conseguirlo ni a través de reportajes de tv ni de prensa escrita. Por favor no dejes de escribir.