Maradona colgaba balones con una calidad exquisita desde la puerta de la Tía Julia y Claudio Caniggia, la gran revelación del campeonato, saltaba más que los contrarios para hacerse con el balón y disparar contra una pared de piedra entre dos parras sin que Tafarell, el arquero brasileño, pudiese hacer nada. En cuartos de final el rival de la albiceleste, que seguía encandilando a los mozos, era Yugoslavia, verdugo de España, y ahí ya había división de opiniones a la hora de pedirse un jugador. Los delanteros querían ser Caniggia y el Pelusa -siempre Diego-. Otros, más exquisitos, no olvidaban a Dragan Stojkovic, que tenía un guante en su pie derecho, aunque a menudo mandasen el cuero a los olivos del cercado. Normalmente nadie quería ser portero, pero como aquel día la tanda de penaltys había encumbrado a Goycoechea todos quisimos hacer palomitas y volvimos a casa magullados de tanto tirarnos por el asfalto.El Mundial iba avanzando y a nuestro campo se iban sumando grandes jugadores que a veces luchaban los balones entre los coches que aparcaban en la medular del terreno de juego. Allí estaban Roger Milla, Matthäus, Lineker... Y así llegó la gran final. En el bar de la Ramona no cabía un alma. La gente bebía mahous y picaba aceitunas. Alemanes contra argentinos. Yo quería que Maradona hiciese de las suyas, que buscase la espalda de los defensas y batiese a Bodo Illgner pero no pudo ser. Un penalty transformado por Andreas Brehme en el minuto 87 acabó con mis esperanzas y disparó los gritos de los que ya fuera junto al cercado, en las Herrerías o en la Factoría habían defendido siempre el juego físico de los alemanes y su contundencia. En la entrega de trofeos vi que Maradona lloraba al otro lado de la pantalla. "¡Qué sentimental!", escuché que alguien dijo a mi lado. Salí del bar y bajé la cuesta. Antes de doblar la esquina de los Capitanes se oían ya las voces de los muchachos: "Atención, Brehme va a disparar... el gol puede valer una Copa del Mundo...". No hubo tiempo para más. Una mujer salió corriendo detrás de Brehme y Goycoechea: "¡Y no volváis por aquí!, todo el día con el balón a vueltas...". El Mundial había terminado.