miércoles, 17 de marzo de 2010

Las mañanas en el río

Miro al cielo e intuyo que tarde o temprano empezará a colarse el sol por entre los nubarrones. No sé porqué pero mi mente viaja a la calidez del verano, a esas mañanas de cielo limpio y piedras calientes junto al río. Los niños chapotean en el Charco la Hoya, aprenden a tirarse de cabeza desde el pico o intentan atrapar renacuajos allá donde la corriente es menos fuerte. Hay también barcas y colchonetas de plástico que algunos padres han tenido que cargar hasta allá abajo para ver poco después cómo sus vástagos ni siquiera las usan un minuto. Unos chicos han visto una culebrilla cerca de las compuertas y esa atracción, que congrega las miradas de todos, es más poderosa que cualquiera de los ingenios humanos. “No os acerquéis” les gritan los mayores. Y no lo hacen, aunque no por obediencia sino por temor. Observan el animal desde una distancia prudente hasta que el más decidido de los muchachos agarra a la culebra por la cola y la levanta para el asombro de todos. La arroja más a bajo de la presa y la función queda concluida no sin antes ganarse la admiración de los más pequeños.
El sol, en lo más alto, pega con fuerza y las madres, con sombreros y gafas de sol, embadurnan a sus hijos con crema una y otra vez. También a sus maridos, que, no obstante, buscan la sombra de la encina y echan un vistazo a un periódico que en una hora habrá pasado por más de diez manos, esperando la hora del vermú. Muchos, antes de subir al chiringuito, escaleras arriba, se vuelven a dar un chapuzón para estar más frescos, y cuando se acercan a la barra del bar lo hacen chorreando. Piden cervezas en jarras frías para ellos y helados para los muchachos. “Pero que no sea de hielo”, le dice una madre al camarero y el listado que sostiene ante la mirada de los niños queda reducido a la mitad.
Subirán ya tarde por la cuesta hasta el pueblo y cuando lleguen a sus casas tenderán las toallas en los balcones para que estén secas por la tarde. Comerán con el sermón del telediario de fondo y dormitarán en la calle, junto a sus puertas, mientras los niños esperan aburridos a que se cumpla la larga digestión.

1 comentario:

Teresa dijo...

Es impresionante, si cierro los ojos, puedo sentir el calor de las rocas, ver el color de la vegetación y oir el agua del rio. es la parte de mis vacaciones de verano que más me gusta.