domingo, 3 de enero de 2010

Año Nuevo


Me levanté decidido. La lluvia -otra vez la lluvia- recibía el 2010. Me calcé las botas y me puse el traje de agua. Fui hasta el arroyo bastón en mano. Lo atravesé. Dejé los huertos y los olivos atrás. Pelee con jaras, brezos, zarzas y las ramas de los pinos que habían cedido a la tormenta. A duras penas alcancé la pista y un siento de colmenas. Tenía ante mi el cortafuegos que hería la ladera del Canchón. Por él descendía el agua como si fuese un regato y yo le hice frente. Comencé a subir. Dejaba atrás el pueblo, los pinos y me acercaba a los riscos que coronan la montaña. Extenuado, a media ladera me detuve. Giré la cabeza y contemplé la alquería. El humo salía de las chimeneas y se mezclaba con las nubes y las brumas. Agaché la cabeza y seguí hacia arriba. Con la lengua a fuera alcancé el final del cortafuegos. Una gran peña me saludaba. Estaba calado hasta los huesos y la niebla me impedía ver ya el pueblo. Me agarré a las jaras y me adentré entre la maleza y las rocas. Las nubes pasaban veloces entre mis piernas y las piedras sueltas hacían cada vez más penosa la ascensión. No se veía nada. Sólo muros de piedra que me retaban. Los escalé y llegué por fin a la cresta de la montaña. Respiré hondo y me invadió una gran satisfacción. Estábamos sólo el cielo y yo. Disfruté del momento y poco después volví sobre mis pasos. Atrás quedaba la cumbre. Abajo la pendiente del cortafuegos. Corrí. Me esperaba el calor de la lumbre. Ante las brasas que aún calientan la estancia escribo. ¡Feliz Año a Las Hurdes y a quien me lea! ¡Feliz Año!

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