Ayer era un día que tenía marcado en el calendario desde hace algún tiempo. Jornadas sobre el desarrollo rural en la hospedería de nuestro pueblo. Mesas y sesiones abiertas para que todo aquel que quisiese, pudiese dar su opinión sobre el modelo que queremos para Las Hurdes. Expertos debatiendo sobre las repoblaciones forestales, sobre los ríos y el turismo, codo con codo con gente anónima, pero protagonista del día a día de la comarca. Yo no he podido estar allí. Escribo estas líneas desde la distancia, sintiéndolo mucho, pero sabiendo que mi voz, como la de más de medio millar de personas, se oyó en las salas de la vieja factoría que mandó construir Alfonso XIII, cuando se entregó a los representantes del gobierno autonómico un manifiesto que había manado del pueblo. Pedíamos que no se sembrasen más pinos en Las Hurdes. Que, en adelante, en las zonas devastadas por el fuego, se optase por plantar especies autóctonas. No demandábamos -como alguno podría pensar- que se arrasasen los pinares que se extienden alrededor de Las Mestas desde mediados del siglo pasado. Simplemente, expresábamos nuestro deseo de que se optase por el tipo de vegetación propio de esta tierra.
En Navidades, cuando el manifiesto empezó a correr por el pueblo, firmamos casi todos. "¿Qué es para que no siembren más pinos?, trae para acá", decían algunos. Otros, más comedidos y prudentes, leían con atención los puntos del escrito mientras un gesto de satisfacción se iba dibujando en sus rostros. Recuerdo que en el bar, los de la partida, cogieron el manifiesto y plantaron sus DNI y sus firmas en el papel. Con letra temblorosa o digna de caligrafía, escribieron sus nombres. "Si lo habéis pensado vosotros que queréis bien a este pueblo, eso está bien", oí decir.
Por suerte, en Las Hurdes todavía hay gente que no se queda en la palabrería barata, que prefiere pasar a la acción, alzar la voz y pedir lo que entiende que será mejor para nuestra tierra. Gracias.