jueves, 16 de diciembre de 2010
Desde el avión
viernes, 29 de octubre de 2010
Cuatro parasoles bajo el sol
viernes, 15 de octubre de 2010
Cae la noche de otoño
lunes, 4 de octubre de 2010
De vuelta sin ida
sábado, 28 de agosto de 2010
De cuentas y fiestas
Yo no quiero entrar en ese tema porque nunca he estado al corriente de los presupuestos municipales ni del dinero que ha habido otros años. Pero creo que todo se habría resuelto con un par de hojas en la puerta de la iglesia en las que –como comentaba más de uno- se dijese: "Hemos sacado tanto dinero; esto se ha invertido en tal y aquello en cual". Los gastos de 2009 aparecieron la mañana del 14 de agosto de este año y los gastos de 2010 en la tarde de ese mismo día. La diferencia y la celeridad en el proceder son significativas. Ahora estamos a cero y creo que con un superávit de 200 euros: ha habido un día de orquesta y un grupo ha tocado una noche donde el Noruego y otra en la puerta de Perico; ha habido películas, juegos y regalos para los niños y hasta un polémico concurso de tortillas que ganó la Lola. Claro que hay cosas que se pueden mejorar pero para eso tenemos el año que viene. Ya estoy deseando que lleguen las fiestas de 2011.
jueves, 1 de julio de 2010
Geranios
viernes, 18 de junio de 2010
Los Mundiales
Maradona colgaba balones con una calidad exquisita desde la puerta de la Tía Julia y Claudio Caniggia, la gran revelación del campeonato, saltaba más que los contrarios para hacerse con el balón y disparar contra una pared de piedra entre dos parras sin que Tafarell, el arquero brasileño, pudiese hacer nada. En cuartos de final el rival de la albiceleste, que seguía encandilando a los mozos, era Yugoslavia, verdugo de España, y ahí ya había división de opiniones a la hora de pedirse un jugador. Los delanteros querían ser Caniggia y el Pelusa -siempre Diego-. Otros, más exquisitos, no olvidaban a Dragan Stojkovic, que tenía un guante en su pie derecho, aunque a menudo mandasen el cuero a los olivos del cercado. Normalmente nadie quería ser portero, pero como aquel día la tanda de penaltys había encumbrado a Goycoechea todos quisimos hacer palomitas y volvimos a casa magullados de tanto tirarnos por el asfalto.
El Mundial iba avanzando y a nuestro campo se iban sumando grandes jugadores que a veces luchaban los balones entre los coches que aparcaban en la medular del terreno de juego. Allí estaban Roger Milla, Matthäus, Lineker... Y así llegó la gran final. En el bar de la Ramona no cabía un alma. La gente bebía mahous y picaba aceitunas. Alemanes contra argentinos. Yo quería que Maradona hiciese de las suyas, que buscase la espalda de los defensas y batiese a Bodo Illgner pero no pudo ser. Un penalty transformado por Andreas Brehme en el minuto 87 acabó con mis esperanzas y disparó los gritos de los que ya fuera junto al cercado, en las Herrerías o en la Factoría habían defendido siempre el juego físico de los alemanes y su contundencia. En la entrega de trofeos vi que Maradona lloraba al otro lado de la pantalla. "¡Qué sentimental!", escuché que alguien dijo a mi lado. Salí del bar y bajé la cuesta. Antes de doblar la esquina de los Capitanes se oían ya las voces de los muchachos: "Atención, Brehme va a disparar... el gol puede valer una Copa del Mundo...". No hubo tiempo para más. Una mujer salió corriendo detrás de Brehme y Goycoechea: "¡Y no volváis por aquí!, todo el día con el balón a vueltas...". El Mundial había terminado.
lunes, 24 de mayo de 2010
Tener "Agallas"
lunes, 17 de mayo de 2010
La Creación
miércoles, 28 de abril de 2010
Miravete de la Sierra
domingo, 18 de abril de 2010
Olivos
miércoles, 31 de marzo de 2010
Confusos amaneceres
Al amanecer la bruma cubre los regatos y asciende lentamente por las laderas de los montes. Se rasga en las crestas de los collados y acaricia los pinos hasta tocar el cielo. Todo es azul y frío hasta que aparece el primer rayo de sol. Ése que saluda tanto a aquellos que regresan a la alquería después de una noche de fiesta como a los que empiezan entonces su jornada. Los pájaros revolotean por la carretera con sus cantos y el olor a café sale de las puertas de algunas casas. Los mozos sonríen cuando ven a los más mayores ya levantados, preparando el hocino o dispuestos a caminar hasta Batuecas con la fresca. Éstos los miran sin escandalizarse como si sus años les hubiesen curado de espantos. También ellos vivieron esas noches y quizás las recuerden con nostalgia. Poco a poco el griterío de los muchachos irá languideciendo; derrotados por el sueño, buscarán sus camas y dejarán la mañana a quienes se acostaron temprano deseosos de comenzar un nuevo día. Entonces ya no volverán a cruzarse hasta por la tarde, cuando coincidan a la hora del café en el bar. Unos echarán la partida disfrutando de cada triunfo y otros observarán el reloj esperando que llegue otra noche.
miércoles, 17 de marzo de 2010
Las mañanas en el río
viernes, 26 de febrero de 2010
De San Baskardo a Las Mestas
Descubrí a Ramiro Pinilla por casualidad. Un domingo de 2007 en el suplemento del periódico se hablaba de su novela Antonio B., el Ruso. Ciudadano de Tercera. Era la biografía de un hombre agreste, en ocasiones más próximo a los animales que a las personas, que en la comarca leonesa de la Cabrera –la que Ramón Carnicer comparó con Las Hurdes- había sufrido lo peor de la Posguerra y el Franquismo, y se había dado al robo como único medio de supervivencia. Su vida había ido dando tumbos de un sitio para otro para acabar en Bilbao pasando por Andalucía. Aunque él mismo reconociese que sólo se sentía feliz en su aldea, La Baña. Mientras leía la novela fui viendo en el Ruso a un hurdano de esos tiempos que apenas sí tenía para llevarse a la boca una hoja de berza. Visité la Cabrera y hallé silencio en el pueblo del Ruso y majestuosidad en las montañas que lo rodeaban.
Mi siguiente cita con Pinilla fue Verdes Valles, colinas rojas, un choque entre el mundo tradicional vasco y su rápida industrialización a finales del siglo XIX. Cuando Pinilla hablaba de los verdes valles yo no podía sino pensar en Las Hurdes y reconocer en los personajes que desfilaban por sus páginas a muchos de mis paisanos que desde que tenían uso de razón se habían aferrado con fuerza a su tierra. Es cierto que en Las Hurdes no hay industria pero también aparecieron ante mí algunos conocidos que no se conformaron con el orden establecido, ésos que en vez de huir de la autoridad mal entendida de guardias y maestros les hicieron frente porque la sangre les hervía cuando veían claudicar a sus mayores ante tanto señorito.
Luego siguieron dos novelas deliciosas, La Higuera y Un muerto más, en las que Pinilla seguía universalizando las vivencias de su Getxo –como él escribe- natal y haciendo posible que mi mente recorriese kilómetros y kilómetros en décimas de segundo entre Las Mestas y la aldea de San Baskardo. Me sucede lo mismo ahora, mientras leo Las ciegas hormigas, una obra que ganó el Nadal hace más de cincuenta años y que por fin se reedita. Y creo que los nuestros también se merecen una novela por más que sea imposible alcanzar a Pinilla…
miércoles, 3 de febrero de 2010
El fútbol y el (ex)alcalde
En Las Mestas no hay campo de fútbol pero siempre nos las hemos ingeniado para inventarnos uno. Cuando era pequeño solíamos jugar en el cruce de abajo y la pequeña cochera de la esquina hacía las veces de portería. Si nos echaban de allí, íbamos a las Herrerías o incluso al jardín de la Casa del Médico. Jugábamos a no dejar caer la pelota, a colgarla desde la banda o a marear al del medio en unos rondos. Era como un entrenamiento y cuando nuestros gritos o los pelotazos contra las paredes despertaban la atención de otros muchachos, íbamos subiendo en número hasta ser suficientes como para echar un verdadero partido. Entonces subíamos a la Factoría, que era por entonces un edificio abandonado y ruinoso, y jugábamos en el jardín. Formaba un rectángulo perfecto rodeado en tres de sus flancos por un paseo porticado y árboles en su única cara descubierta. Dos columnas a un lado y dos grandes abetos al otro hacían las veces de porterías, que cambiábamos al término del primer tiempo reglamentario. Contra la que daba al edificio se podían disparar auténticos zambombazos pero contra la que delimitaban los árboles había que afinar la puntería y efectuar lanzamientos precisos. Si no, si el balón iba fuera, tocaba ir a buscarlo incluso hasta cerca del arroyo. Allí fuimos puliendo nuestra poco depurada técnica y un año acabamos convirtiéndonos en los campeones de Las Hurdes en un campeonato que se jugaba en Nuñomoral. Ése fue el mayor éxito deportivo de nuestra alquería y en el viejo bar de la Ramona aún está la copa que nos dieron, aunque fueron los derbis contra Ladrillar los partidos que más nos motivaban. Jugábamos siempre en campo contrario –uno de verdad que plantaron río arriba al borde de un precipicio- y a menudo se desencadenaban encarnizadas batallas. A veces ganábamos y otras perdíamos, pero siempre terminábamos regresando para comprobar si nuestros entrenamientos en La Factoría daban resultado. Ellos nunca bajaron a jugar a nuestra casa pero estoy seguro que si hubiésemos tenido oponentes entre esas paredes hubiéramos vendido cara la derrota.
Cuando años más tarde se construyó la Hospedería perdimos nuestro estadio y ya sólo nos quedó subir de vez en cuando a Ladrillar o echar pachangas en la carretera. Ahora los novios presiden los banquetes de bodas desde una de las porterías y en verano los huéspedes del hotel corren la banda directos a la piscina. Los mocasines, en unas ocasiones, y las chanclas, en otras, han dejado atrás a las viejas botas de fútbol pero cada vez que subo al hotel no puedo dejar de pensar en las tardes gloriosas que hemos pasado allí y en el polvo que levantaban nuestras carreras. En cómo el campo se iba llenando poco a poco y los equipos iban aumentando con recién llegados sin que hubiese que ir a buscar a nadie a su casa.
Las Jornadas sobre Medio Ambiente en Las Hurdes que se celebraron el otro día en la Hospedería fueron en cierto sentido uno de esos partidos abiertos que disputábamos en el viejo campo. Todo el mundo estaba invitando y la gente respondió. Bueno, todos no. El ex-alcalde de Ladrillar, que es ahora presidente de la Mancomunidad, no asistió. Según dijo, no habían contado con él para organizar el Encuentro y en vez de dar su opinión sobre un “partido” que se jugaba en su municipio, prefirió quedarse en el banquillo. Si cada vez que hubiésemos subido a la Factoría hubiésemos tenido que llevar un árbitro creo que todavía estaríamos esperando para echar nuestra primera pachanga.
sábado, 23 de enero de 2010
El manifiesto
domingo, 3 de enero de 2010
Año Nuevo
Me levanté decidido. La lluvia -otra vez la lluvia- recibía el 2010. Me calcé las botas y me puse el traje de agua. Fui hasta el arroyo bastón en mano. Lo atravesé. Dejé los huertos y los olivos atrás. Pelee con jaras, brezos, zarzas y las ramas de los pinos que habían cedido a la tormenta. A duras penas alcancé la pista y un siento de colmenas. Tenía ante mi el cortafuegos que hería la ladera del Canchón. Por él descendía el agua como si fuese un regato y yo le hice frente. Comencé a subir. Dejaba atrás el pueblo, los pinos y me acercaba a los riscos que coronan la montaña. Extenuado, a media ladera me detuve. Giré la cabeza y contemplé la alquería. El humo salía de las chimeneas y se mezclaba con las nubes y las brumas. Agaché la cabeza y seguí hacia arriba. Con la lengua a fuera alcancé el final del cortafuegos. Una gran peña me saludaba. Estaba calado hasta los huesos y la niebla me impedía ver ya el pueblo. Me agarré a las jaras y me adentré entre la maleza y las rocas. Las nubes pasaban veloces entre mis piernas y las piedras sueltas hacían cada vez más penosa la ascensión. No se veía nada. Sólo muros de piedra que me retaban. Los escalé y llegué por fin a la cresta de la montaña. Respiré hondo y me invadió una gran satisfacción. Estábamos sólo el cielo y yo. Disfruté del momento y poco después volví sobre mis pasos. Atrás quedaba la cumbre. Abajo la pendiente del cortafuegos. Corrí. Me esperaba el calor de la lumbre. Ante las brasas que aún calientan la estancia escribo. ¡Feliz Año a Las Hurdes y a quien me lea! ¡Feliz Año!